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Sobre la conducta heterodoxa como remedio para la monotonía. [Priv. Mathew]
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Sobre la conducta heterodoxa como remedio para la monotonía. [Priv. Mathew]
Ya estaba allí, no había forma de que fuera a echarse para atrás habiendo llegado tan lejos.
Se detuvo frente al letrero luminoso que indicaba sin demasiada sutileza la naturaleza del local al que estaba por entrar y barajó una vez más la posibilidad de abandonar su cruzada antes de concretarla.
Este tipo de cosas no eran su estilo en absoluto. Era la primera vez que pisaba un lugar como ese y no le generaba confianza, pero si con todo eso lograba acabar con el aburrimiento al que la rutina lo estaba sometiendo, entonces no podía ser tan malo. ¿Verdad?
Cerró los ojos con fuerza, inspirando largamente, y sacó resolución de alguna reserva desconocida incluso para el. Frotó las palmas de sus manos nerviosamente contra los jeans oscuros que llevaba en ese momento para luego adoptar una actitud serena.
Abrió una de las hojas de la puerta y entró haciendo uso de tanto sigilo como fue capaz sin llegar a sentirse ridículo. No habiendo desechado su reticencia, tanteó el ambiente del interior. El salón permanecía a media luz y lo que parecía ser el escenario estaba totalmente vacío. Casi la mitad del lugar estaba ocupada y el aire enrarecido por humo de tabaco y olor a alcohol dificultaba la respiración. La música ahogaba los cuchicheos y murmullos pero aún se podían escuchar risas dispersas.
Esquivando sillones, buscó una mesa medianamente alejada de la muchedumbre desde donde pudiera observar sin estorbos y ser visto de igual modo. Tomó asiento en la silla junto a la pared y sacó del bolsillo delantero de su pantalón una cajita negra, algo más pequeña que su mano. Con premeditada lentitud, recorrió sus vértices y aristas ensimismado con el brillo metálico que reflejaba en forma de destellos al ser alcanzada por las luces de neón que parpadeaban a intervalos coreografiados.
Había ido con el objetivo fijado de saciar un ansia que desde hacía pocos días se acrecentaba sin reparo. El vulnerar con deleite y a consciencia algo tácito, vedado, no era una historia nueva y sin embargo seguía provocando en el transgresor una inquietud placentera que fácilmente podría confundirse con verdadera libertad. La pulla y la sátira podía llegar mas allá de aquello. Si lograba emular al contraventor con ironía burlesca y salir indemne, ¿se sentiría así también?
Decidido a hacer tiempo, comenzó a dar vueltas al objeto entre sus dedos, intentando controlar su creciente inquietud y observando por primera vez a los concurrentes. Nadie parecía ser quien estaba buscando.
Se detuvo frente al letrero luminoso que indicaba sin demasiada sutileza la naturaleza del local al que estaba por entrar y barajó una vez más la posibilidad de abandonar su cruzada antes de concretarla.
Este tipo de cosas no eran su estilo en absoluto. Era la primera vez que pisaba un lugar como ese y no le generaba confianza, pero si con todo eso lograba acabar con el aburrimiento al que la rutina lo estaba sometiendo, entonces no podía ser tan malo. ¿Verdad?
Cerró los ojos con fuerza, inspirando largamente, y sacó resolución de alguna reserva desconocida incluso para el. Frotó las palmas de sus manos nerviosamente contra los jeans oscuros que llevaba en ese momento para luego adoptar una actitud serena.
Abrió una de las hojas de la puerta y entró haciendo uso de tanto sigilo como fue capaz sin llegar a sentirse ridículo. No habiendo desechado su reticencia, tanteó el ambiente del interior. El salón permanecía a media luz y lo que parecía ser el escenario estaba totalmente vacío. Casi la mitad del lugar estaba ocupada y el aire enrarecido por humo de tabaco y olor a alcohol dificultaba la respiración. La música ahogaba los cuchicheos y murmullos pero aún se podían escuchar risas dispersas.
Esquivando sillones, buscó una mesa medianamente alejada de la muchedumbre desde donde pudiera observar sin estorbos y ser visto de igual modo. Tomó asiento en la silla junto a la pared y sacó del bolsillo delantero de su pantalón una cajita negra, algo más pequeña que su mano. Con premeditada lentitud, recorrió sus vértices y aristas ensimismado con el brillo metálico que reflejaba en forma de destellos al ser alcanzada por las luces de neón que parpadeaban a intervalos coreografiados.
Había ido con el objetivo fijado de saciar un ansia que desde hacía pocos días se acrecentaba sin reparo. El vulnerar con deleite y a consciencia algo tácito, vedado, no era una historia nueva y sin embargo seguía provocando en el transgresor una inquietud placentera que fácilmente podría confundirse con verdadera libertad. La pulla y la sátira podía llegar mas allá de aquello. Si lograba emular al contraventor con ironía burlesca y salir indemne, ¿se sentiría así también?
Decidido a hacer tiempo, comenzó a dar vueltas al objeto entre sus dedos, intentando controlar su creciente inquietud y observando por primera vez a los concurrentes. Nadie parecía ser quien estaba buscando.
Lawrence Dohner- Tengu/Hombres alados
- Mensajes : 7
Re: Sobre la conducta heterodoxa como remedio para la monotonía. [Priv. Mathew]
En el momento en que entró a aquel antro del vicio y la lujuria no pudo hallar la razón por la cual aceptó encontrarse allí. Había una atmósfera pesada, saturada de humo de cigarrillo y sudor. A lo lejos se vislumbraba una esbelta figura danzante que estimulaba ferozmente las pobres y lúgubres almas.
Miró en todas direcciones, incómodo entre los murmullos de la gente y negándose a prestar mayor atención a las mujeres de aquel burdel. Algo había en sus ropas exóticas o en sus caras pintarrajeadas y sudadas que le recordaban a una horrible experiencia pasada. Deseó fervientemente estar entre los brazos de su hermano y estrujar la cara en su cálido pecho.
Con el rostro al rojo vivo dio unos pasos entre las mesas y los sillones hasta que encontró un sitio libre. Allí se sentó, manteniendo con esfuerzo los ojos sobre la mesa. Estaba realmente nervioso y esperaba que Lawrence llegara. Tal vez podía comentarle la idea de ir a un parque, donde el aire es puro y las mujeres tienen ropa. Sintió su rostro hervir.-Te ves algo… solo aquí, guapo –escuchó que decía una seductora vos a su derecha.-Pues te equivocas –contestó, incómodo.-No lo creo… -La mujer alargó su brazo y acarició la espalda de Mathew. Él reaccionó de forma violenta. Se levantó del sillón y se alejó a grandes zancadas de la mujer. Decidió que era mejor estar caminando y parecer ocupado que sentarse en un lugar a esperar. Tal vez así no lo molesten.
Miró en todas direcciones, incómodo entre los murmullos de la gente y negándose a prestar mayor atención a las mujeres de aquel burdel. Algo había en sus ropas exóticas o en sus caras pintarrajeadas y sudadas que le recordaban a una horrible experiencia pasada. Deseó fervientemente estar entre los brazos de su hermano y estrujar la cara en su cálido pecho.
Con el rostro al rojo vivo dio unos pasos entre las mesas y los sillones hasta que encontró un sitio libre. Allí se sentó, manteniendo con esfuerzo los ojos sobre la mesa. Estaba realmente nervioso y esperaba que Lawrence llegara. Tal vez podía comentarle la idea de ir a un parque, donde el aire es puro y las mujeres tienen ropa. Sintió su rostro hervir.-Te ves algo… solo aquí, guapo –escuchó que decía una seductora vos a su derecha.-Pues te equivocas –contestó, incómodo.-No lo creo… -La mujer alargó su brazo y acarició la espalda de Mathew. Él reaccionó de forma violenta. Se levantó del sillón y se alejó a grandes zancadas de la mujer. Decidió que era mejor estar caminando y parecer ocupado que sentarse en un lugar a esperar. Tal vez así no lo molesten.
Mathew E. Allio- Nekomata/Hechicero Felino
- Mensajes : 7
Re: Sobre la conducta heterodoxa como remedio para la monotonía. [Priv. Mathew]
Un tanto desmotivado por la ausencia de su compañero de velada, decidió que a pesar de ello podía divertirse. Aunque no era tan tarde, en su mente era casi patente que el otro no vendría o, de hacerlo, no se mostraría. Nunca había esperado demasiado de las personas con que charlaba en la red, partiendo desde el principio de que el nunca daba demasiado de si a quienes conocía por este medio. Esta había sido la única vez.
Hacía tanto que hablaban que le había parecido un desperdicio no conocerle y ya que ambos se encontraban en la misma ciudad, lo que era excepcionalmente raro, habían pactado verse allí.
Con detenimiento, le dio una última ojeada a la cajita, como si esta pudiera estarle ocultando algún secreto y, finalmente, la abrió.
Volteándola sobre la palma de su mano, tomó la baraja inglesa que había en su interior haciendo el estuche a un lado. Eran sus naipes favoritos, solo había llegado a usarlos un par de veces. Llevaban al dorso la reproducción de un grabado barroco que le gustaba especialmente. Habían sido un regalo que, según había descubierto hacía un tiempo, habían mandado a hacer especialmente para el.
No era un aficionado a los juegos de cartas tan solo recurría a ellas cuando, sin nada mas interesante que hacer, decidía jugar al solitario o, como en este caso, necesitaba algo en que centrar su paciencia.
Con movimientos medidos, encimó dos de ellas sobre la mesa a una distancia prudente de su cuerpo, dejándolas en un equilibrio precario donde se sostenían mutuamente. Repitió aquel proceso hasta formar una hilera, pero su concentración se vio interrumpida por un movimiento brusco de un cliente frente a el. Un muchacho de cabello tan claro como plata pulida, ampliamente sonrojado y visiblemente nervioso, se alejaba de su asiento agitado.
Le siguió con la mirada y una extraña sensación de familiaridad lo desconcertó. Sin duda era un gato, pero a pesar de ello, no se explicaba porqué había reaccionado de manera tan hostil ante la señorita que se le había insinuado. Incluso la mujer, de clara ascendencia canina, se había tomado la molestia de atenderlo para que no quedara en manos de un mono cualquiera.
El reconocimiento lo asaltó de repente. Si tuviera que imaginar a Mathew, partiendo desde el principio de que se había descripto y comportado con total honestidad durante los últimos casi dos años, estaba seguro de que sería así. Pero no pensaba acercársele, una acción precipitada acabaría con su frágil obra arquitectónica por los suelos. Si realmente era el, solo tendría que esperarle.
Hacía tanto que hablaban que le había parecido un desperdicio no conocerle y ya que ambos se encontraban en la misma ciudad, lo que era excepcionalmente raro, habían pactado verse allí.
Con detenimiento, le dio una última ojeada a la cajita, como si esta pudiera estarle ocultando algún secreto y, finalmente, la abrió.
Volteándola sobre la palma de su mano, tomó la baraja inglesa que había en su interior haciendo el estuche a un lado. Eran sus naipes favoritos, solo había llegado a usarlos un par de veces. Llevaban al dorso la reproducción de un grabado barroco que le gustaba especialmente. Habían sido un regalo que, según había descubierto hacía un tiempo, habían mandado a hacer especialmente para el.
No era un aficionado a los juegos de cartas tan solo recurría a ellas cuando, sin nada mas interesante que hacer, decidía jugar al solitario o, como en este caso, necesitaba algo en que centrar su paciencia.
Con movimientos medidos, encimó dos de ellas sobre la mesa a una distancia prudente de su cuerpo, dejándolas en un equilibrio precario donde se sostenían mutuamente. Repitió aquel proceso hasta formar una hilera, pero su concentración se vio interrumpida por un movimiento brusco de un cliente frente a el. Un muchacho de cabello tan claro como plata pulida, ampliamente sonrojado y visiblemente nervioso, se alejaba de su asiento agitado.
Le siguió con la mirada y una extraña sensación de familiaridad lo desconcertó. Sin duda era un gato, pero a pesar de ello, no se explicaba porqué había reaccionado de manera tan hostil ante la señorita que se le había insinuado. Incluso la mujer, de clara ascendencia canina, se había tomado la molestia de atenderlo para que no quedara en manos de un mono cualquiera.
El reconocimiento lo asaltó de repente. Si tuviera que imaginar a Mathew, partiendo desde el principio de que se había descripto y comportado con total honestidad durante los últimos casi dos años, estaba seguro de que sería así. Pero no pensaba acercársele, una acción precipitada acabaría con su frágil obra arquitectónica por los suelos. Si realmente era el, solo tendría que esperarle.
Lawrence Dohner- Tengu/Hombres alados
- Mensajes : 7
Re: Sobre la conducta heterodoxa como remedio para la monotonía. [Priv. Mathew]
Luego de aquel incidente, lo único que el peliblanco deseaba era encontrar a Lawrence e irse de allí. Recorrió con su mirada todo el establecimiento, pero no encontró ninguna cara medianamente conocida. Caminó por varios minutos sin dirección alguna, esquivó varias camareras hasta que un hombre (al que había visto ya varias veces en su recorrido) se levantó de su asiento y se acercó a Mathew. – Deja de taparme la vista –susurró con voz febril. Sus ojos no eran normales, brillaban a la escasa luz como los de un feroz animal. Sonrojado, se disculpó y, al alejarse el hombre, procuró pasar por detrás de las mesas.
Luego de unos minutos, decidió ver qué tipo de espectáculo presentaban como para ganarse el odio de un cliente (y tal vez más, cuyas quejas habrán sido acalladas por el respeto). Al instante se arrepintió.
Más mujeres pintarrajeadas danzaban bajo la luz reflejada en el humo de cigarrillo. Contoneaban sus caderas y llevaban poca ropa; sus pieles brillaban por el sudor.
Mathew odiaba ver cómo esas mujeres exhibían su cuerpo por ganar unos cuantos billetes. También odiaba ver mujeres desnudas, pero necesitaba justificar su futuro acto como un bien a la comunidad femenina.
Caminó con paso veloz hasta el escenario sin querer pensar mucho en lo que estaba a punto de hacer. Se quitó el tapado negro que cubría su menudo cuerpo y tomó en brazos a una de las mujeres en un acogedor abrazo. Ésta se sacudió, sorprendida, pero luego pareció estar agradecida de sentir el calor proveniente del cuerpo del peliblanco. Debió ser un gesto muy dulce entre tanta indiferencia de parte de los hombres, pero muchos parecieron haberle irritado la interrupción. Luego, el tiempo pareció alentarse.
Desde allí arriba tenía un buen panorama del burdel. Pensó que, entonces, si Lawrence estaba allí, lo reconocería si leía el fragmento del poema épico. Mientras algunas personas amenazaban con ponerse de pie, Mathew sacó de su bolsillo la arrugada servilleta en la que escribió el canto con rapidez la noche pasada. Con la misma velocidad, soltó a la mujer y se puso a leer:
-“Alza y fija tu mente en la luz mía
y verás de una mirada que el error ciego se hace guía.
El alma para amar a sido creada,
mas se complace en cosas pasajeras,
cuando por los placeres es llamada.
Vuestra aprehensión convierte en verdaderas
las ilusiones, que al deseo incitan,
y el ánimo seducen placenteras.
Si se recogen los que así se agitan,
inclinándose al amor de la natura,
y el amor y el placer juntos palpitan.
Después, cual viva llama que en la altura
se mueve por la esencia que la asciende,
a donde más en su elemento dura:
Así el deseo el alma noble enciende,
y en movimiento espiritual se exulta
y en busca de lo amado, vuelo emprende.
Ora, ya ves cual la verdad se oculta
a la gente obcecada, que asevera
que de cualquier amor el bien resulta;
tal vez porque pensaron que amor era
buena materia en sí, sin ver que un signo
no siempre es bueno, puesto en buena cera."
Cuando terminó tuvo la sensación de que algo no iba bien, en especial cuando frente a tan largo testamento, nadie haya ido a pegarle o a quitarlo del escenario. Esto desapareció cuando se escucharon aplausos provenientes de algunas personas –a pesar que algunas otras se veían tan irritadas que las venas de la frente le podrían explotar-. En ese momento llegó un hombre corpulento y musculoso. Lo agarró por los costados y con increíble facilidad lo levantó. Mathew aprovechó para decir unas palabras antes de que lo echaran del burdel –¡Si estás aquí, Lawrence, sal!
Luego de unos minutos, decidió ver qué tipo de espectáculo presentaban como para ganarse el odio de un cliente (y tal vez más, cuyas quejas habrán sido acalladas por el respeto). Al instante se arrepintió.
Más mujeres pintarrajeadas danzaban bajo la luz reflejada en el humo de cigarrillo. Contoneaban sus caderas y llevaban poca ropa; sus pieles brillaban por el sudor.
Mathew odiaba ver cómo esas mujeres exhibían su cuerpo por ganar unos cuantos billetes. También odiaba ver mujeres desnudas, pero necesitaba justificar su futuro acto como un bien a la comunidad femenina.
Caminó con paso veloz hasta el escenario sin querer pensar mucho en lo que estaba a punto de hacer. Se quitó el tapado negro que cubría su menudo cuerpo y tomó en brazos a una de las mujeres en un acogedor abrazo. Ésta se sacudió, sorprendida, pero luego pareció estar agradecida de sentir el calor proveniente del cuerpo del peliblanco. Debió ser un gesto muy dulce entre tanta indiferencia de parte de los hombres, pero muchos parecieron haberle irritado la interrupción. Luego, el tiempo pareció alentarse.
Desde allí arriba tenía un buen panorama del burdel. Pensó que, entonces, si Lawrence estaba allí, lo reconocería si leía el fragmento del poema épico. Mientras algunas personas amenazaban con ponerse de pie, Mathew sacó de su bolsillo la arrugada servilleta en la que escribió el canto con rapidez la noche pasada. Con la misma velocidad, soltó a la mujer y se puso a leer:
-“Alza y fija tu mente en la luz mía
y verás de una mirada que el error ciego se hace guía.
El alma para amar a sido creada,
mas se complace en cosas pasajeras,
cuando por los placeres es llamada.
Vuestra aprehensión convierte en verdaderas
las ilusiones, que al deseo incitan,
y el ánimo seducen placenteras.
Si se recogen los que así se agitan,
inclinándose al amor de la natura,
y el amor y el placer juntos palpitan.
Después, cual viva llama que en la altura
se mueve por la esencia que la asciende,
a donde más en su elemento dura:
Así el deseo el alma noble enciende,
y en movimiento espiritual se exulta
y en busca de lo amado, vuelo emprende.
Ora, ya ves cual la verdad se oculta
a la gente obcecada, que asevera
que de cualquier amor el bien resulta;
tal vez porque pensaron que amor era
buena materia en sí, sin ver que un signo
no siempre es bueno, puesto en buena cera."
Cuando terminó tuvo la sensación de que algo no iba bien, en especial cuando frente a tan largo testamento, nadie haya ido a pegarle o a quitarlo del escenario. Esto desapareció cuando se escucharon aplausos provenientes de algunas personas –a pesar que algunas otras se veían tan irritadas que las venas de la frente le podrían explotar-. En ese momento llegó un hombre corpulento y musculoso. Lo agarró por los costados y con increíble facilidad lo levantó. Mathew aprovechó para decir unas palabras antes de que lo echaran del burdel –¡Si estás aquí, Lawrence, sal!
Mathew E. Allio- Nekomata/Hechicero Felino
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